Veo crisálidas emancipadas,
cicatrices de muerte y regeneración,
limpian el polvo de estrellas fugaces
cuando se disgregan de su cascarón.
Veo impetuosas mariposas y aleteos,
enloquecen los latidos de mi agrietado corazón,
van muy rápido, estremecen mi costal de huesos,
emiten un frío viento del recuerdo que a mi piel penetró.
Hay una pizca de divinidad en los dedos,
veo al monstruo en un rincón de la habitación,
se agazapa indignado por la monstruosidad de mis latidos,
es que no evito que las mariposas de mi estómago se retuerzan y sientan dolor.
Fui culpable del revoloteo de unas alas,
unas que se adornaban con la piel del amor,
ahora me entregan su último aliento,
para salvar a mi ser del posible rasguño de la apatía, melancolía y el rencor,
por eso las acompañaré hasta su muerte,
y que en ella encuentren atisbos de dulce resurrección.
Mastico la sangre coagulada de mis mariposas,
horrible brebaje de sanación,
vale la pena el proceso de metamorfosis,
de cada lágrima está naciendo una flor.
Las espinas se atornillan a una rosa,
y resurge un jardín de colores con diferente matiz,
se dibuja la sonrisa de una mariposa,
aquella que renació entre el capullo de pétalos delicados,
con la promesa sincera de un libertario vuelo feliz.
La luna y el sol resplandecen en la infinitud del tiempo,
son el complemento de una sublime forma de unión,
hidrógeno y helio esparcen en el viento,
un canto celestial que solamente repite: ¡Cuida mucho a tu corazón!