Oh multitudes: cuánto asombro
-acaso no es de pasmarse
la morbilidad que el arrobamiento confiere-
la hostia que alumbra a la noche
desciende hasta tocar la mejilla
del suelo con su boca
-tanta sublimación se me concede
que mi corazón palpita fuertemente-
y si este suspiro que no cesa
se me escapa hasta el borde del universo:
mi latido hasta ese punto
por seguirle iría con gusto