El gran temblor cuando me besas,
al ritmo de fieras campanas,
es un héroe que revienta
en lo más hondo de mi barca.
He ahí el himno y el arco,
he ahí el coro y la sonrisa
cabalgando por mis labios
al compás de nuestras liras.
La fina luz de la cortina
se entreteje a tu silueta,
y la llama de tu orilla
es la gloria y la bandera.
Arde la piel con su encanto,
la voz de la noche aúlla,
arde la caricia con su halo,
se corona la diosa fortuna.
De tu boca surgen alabanzas,
ritos, profecías y odas,
amarnos es un rito de almas
donde se detienen las horas.
En tus manos hay una ventisca
repleta de amor y fuerza.
¿Qué sería de mí, qué sería
sin tu calor y tu belleza?
¿Qué sería sin la ola que retruena,
sin el remo y sin la sal? ¿Qué sería?
Entrar por la divina puerta
es adorar tu exquisita sinfonía.
Por ti hundiría todas las galeras
al filo de la cruel batalla,
por ti cruzaría el mar y la selva
al tris de la fúrica sonata.
Por ti, amor mío, amor sagrado,
enfrentaría faunos y tritones,
extendería los besos y los años,
y anularía todos los dolores.
Avanzo por humos triunfales
a través de un sendero de copas,
el torrente se vuelve salvaje
al filo de los gestos que flotan.
Rompo lentamente las cadenas
frente al órfico elemento,
bailo y canto en tu presencia:
arden la virgen y el arquero.
¿Cuánto dura la rapsodia épica
en tu arpa coronada?
¿Cuánto dura la noción eléctrica
en el monte de las arpas?
Que se ordenen todos los astros.
Que se yerga el platino acento.
Que se encienda el arco sagrado.
Que se oigan todos los ruegos.
El ritmo crece, gira y desciende
al vaivén de fuentes floridas.
El placer aumenta y se tuerce
en el confín de tu breve neblina.
Idolatro la cima que palpa las nubes.
Abro la línea del último sello.
Invoco a la musa de signos azules.
Extiendo la órbita de los cuerpos.
¿Dónde la estrella de septiembre?
¿Dónde el sueño del veintisiete?
Que se muevan albos desfiles.
Que nazca el reino del cisne.
¿Dónde la orquesta que bufa?
¿Dónde las manos que nublan?
Que se agiten los rojos corales.
Que suene el himno de las edades.
Avanza fúrica la proa
sobre la cima de la onda,
avanza donde el beso anida
sensaciones cristalinas.
Se alza por la suave senda
el titánico grito de la fiera,
adorando tu fina escultura
y rendido en la bendita gruta.
He ahí el conjuro de Eros
reflejado ante mi espejo.
He ahí la chispa de tus ojos
consagrando nuestro rostro.
Celebro la divina faena
hechizada por tus hebras,
recorro toda tu región
bañando las riberas de color.
¿Cuántos relámpagos antiguos
azotaron la periferia de tu ombligo?
¿Cuántas fueron las sombras
que resonaron en mi boca?
Se abre lentamente el portal
ante el paso de las naves.
Aflora el nuevo Adán
entre el fuego que renace.
Crepita la palabra y el acento
justamente como lo soñé,
y me envuelve tal estruendo
al devorar tu bella desnudez.
-J. Moz