Cuando nacimos nació una semilla con una esencia que llevaba nuestro aroma.
Ya éramos de alguna especie que no identificábamos.
Con nosotros nació algo más que un cuerpo, fue algo que se fue transformando con el paso de los años.
Con cada año nuevo parecía que llegaba nueva versión, como si nos actualizáramos con el tiempo.
Cada 365 días pintaban una nueva cara. A veces de esperanza, a veces de miedo e incluso de dolor.
Nuestro cuerpo envejecía y el alma luchaba entre montañas de emociones, de cambios y de ilusiones hasta detenernos un momento.
Y descubrimos que el tiempo no esperaba nuestros pasos lentos.
Reflexionamos sobre el ayer, sobre aquella semilla que quedó atrás.
Nuestra pequeña versión en la que algún día vinimos.
Y ahora entre estallidos y choques de copas nos quedan los recuerdos de nuevos pasos por alcanzar. De nuevas metas y un año más que está por llegar.