Matias 01

Quien puede…

¡Quién puede ir por allí ignorando el color

de su retrato

que ya no tiene cumpleaños!

 

Quien puede quedarse a esperar a su fragmento

bueno

junto al pie derecho de su cadáver,

retratándose en paz

con el hermano taciturno que va por tramos

arrastrándose hasta siempre.

 

La sal del mar me llega hasta la herida

abierta

y nadie viene, ni siquiera el pequeño tiburón

que me conoce y se tragaba los peces

de mi ataúd.

Y de verdad escucho un murmuro:

“Ya vendrá la que tiene que venir, ya vendrá…”

 

Y el crepúsculo me cae como un puño de piedra

sobre mi boca cerrada,

que ha estado así todo el día

dejando a los ojos ensimismados debajo

de la arena.

El silencio es delfín ruidoso que viene a lomo

de nube oscura

mientras la luna parece alma en pena

que no quiere asomarse por ningún naufragio.

 

Yo espero una vez más a mi aurora eterna,

a mi aire dulce

que envolvía de música mi vida,

y espero bajo la noche inmensa y con los ojos

muertos

que aún pueden lagrimear.