¡Quién puede ir por allí ignorando el color
de su retrato
que ya no tiene cumpleaños!
Quien puede quedarse a esperar a su fragmento
bueno
junto al pie derecho de su cadáver,
retratándose en paz
con el hermano taciturno que va por tramos
arrastrándose hasta siempre.
La sal del mar me llega hasta la herida
abierta
y nadie viene, ni siquiera el pequeño tiburón
que me conoce y se tragaba los peces
de mi ataúd.
Y de verdad escucho un murmuro:
“Ya vendrá la que tiene que venir, ya vendrá…”
Y el crepúsculo me cae como un puño de piedra
sobre mi boca cerrada,
que ha estado así todo el día
dejando a los ojos ensimismados debajo
de la arena.
El silencio es delfín ruidoso que viene a lomo
de nube oscura
mientras la luna parece alma en pena
que no quiere asomarse por ningún naufragio.
Yo espero una vez más a mi aurora eterna,
a mi aire dulce
que envolvía de música mi vida,
y espero bajo la noche inmensa y con los ojos
muertos
que aún pueden lagrimear.