La primera noche de enero, con las ventanas abiertas,
esperando ver al mundo condensado en un árbol,
tranquilo y hermoso, anciano,
con su propia música,
sin la realidad de los recuerdos que marchitan sus hojas
sin desdichas ni confusiones que arrojen el amor al precipicio
con su voz acicalada de halagos por el viento
y sonrisas imposibles que destierren la misera desesperanza
Aquí estoy, mirando por la ventana
el ramaje verdecido de esperanzas
disipando las cenizas que aún flotan en el aire
contemplando la llovizna que baila y ríe sobre sus hojas
reviviendo la infancia para aceptar mi vejez
mi mundo adulto alrededor de mi hijo
carente de vanidad, sin el ruido del orgullo
con la armonía y eufonía de la humildad
Primer día de enero, y yo a los pies del misterio
ante la pregunta ridícula de ¿qué encontraré?
cuando somos los arquitectos de nuestro destino
y son nuestras manos las que acarician o maceran las flores
y nuestros pensamientos los que trazan los senderos
y nuestros pies los que acercan los caminos.
Cuánta ligereza en este día
deambulando entre sombras y quimeras
cuando afuera brota el olor de los jazmines
Y el árbol sigue en pie y no agoniza