El corazón late, pero duele,
cuando el amor llega y se adueña.
Es un sentimiento que hiere y quema,
pero también nos llena de placeres.
El amor, ese dulce tormento,
que nos hace volar y caer al suelo,
nos hace soñar y perder el juicio,
pero también nos deja sin aliento.
Doler, sí, es amar de verdad,
es sentir el fuego en nuestras venas,
es buscar una caricia en la tormenta,
es sentir la magia de la eternidad.
Doler, porque amar no es un juego,
es entregarse sin reservas ni miedos,
es llorar y reír en cada encuentro,
es sufrir y sanar en cada beso.
Doler, porque el amor es pasión,
es romper barreras y corazones,
es enfrentar el mundo sin razones,
es vivir el presente con devoción.
Doler, porque el amor es un suspiro,
un latido que se escapa del pecho,
una llama ardiente, un dulce despecho,
un sublime y tierno desafío.
Doler, pero también amar infinito,
porque el amor es un regalo divino,
aunque duela, siempre será el camino,
para encontrar la felicidad en este mundo bendito.