Si me llega a mí nuevamente, si tomo la sinceridad ante mis manos y me preguntan si algo pasó, si pasó algo entre los dos, voy a decir —si.
Pasaron las ganas de soñar despierta, pasaron las noches en vela temiendo tu respuesta, pasó despacio el amor que te tenía, pasó lento, apresurado, pasó esa intensidad que al final del día terminó por consumirte.
Ahí, tomé las cartas, las guardé, hice silencio aunque por dentro solo estaba muriendo, me despoje de ellas, las abrasé, las queme y tire sus cenizas por la ventana, dejando a la imaginación que también quemará con ellas todo eso que sentía por vos.
Y sí, seguro me vas a decir que me estoy precipitando, ¿pero qué caso tiene ya?
Hiciste algo que dijiste que no ibas a hacer y yo te aseguraba que al final de la oración siempre alguien termina por clavar un punto final…
Yo sé pequeño, tengo claro que no lo hiciste con una intención de malicia, aun así está hecho, con o sin intención, el corazón terminó sangrando, llorando desconsolado, culpándose por no saber cómo frenar aquel sentir.
Culposos los dos, por darle lugar a la fantasía por tus acciones cariñosas pero a la vez frías, culposas mis manías de maquinar queriendo que al final sea como en los libros de cuentos;
Culposos tus abrazos por no saber frenar cuando te decía que algo sentía…
Aun así, mi sentir llegó a la pacífica decisión de alejarme sin herir a nadie, o solo a mi corazón que lo obligó (incrédulamente) a enterrar bajo tierra todo aquello que por vos sentía…