Somos cuerpos que se sostienen en las manos del viento,
privándose de la palabra para entregarse a la voluntad del silencio,
al balbuceo apacible de quimeras y anhelos,
en la entrega de caricias herejes,
que rechazan los dogmas,
con la gramática de fantasías que traspasan la piel,
en la humildad absoluta de la desnudez,
dibujando el tacto en la inocencia y los sentidos,
en la espalda incrédula y el pecho agnóstico,
que razonan en la barbarie del sexo,
la filosofía eterna de la pasión y la entrega,
con los párpados insomnes,
y los vientres como savia de deseos furtivos,
que alimentan los sueños en medio de la noche.
Somos cuerpos tendidos junto a raíces de árboles,
contemplando las nubes que tejen los sueños,
como las aves los nidos de la fascinación y el asombro,
traduciendo el sentido del azul y del verde,
en el rojo sanguíneo que despierta el antojo,
de un pecho desnudo,
y un pubis sublime,
en la imposibilidad de expresar lo inefable,
como almas dolientes que encontraron consuelo,
que prescindieron del cuerpo,
para volar con el viento,