Te he regalado una caja con poemas
para que los puedas usar cuando tú quieras.
A las doce menos cuarto de la noche
mientras piensas que el día está acabado,
en el autobús sentada junto a la tristeza
o cuando vuelves sin camino a casa
por calles más oscuras que la boca del lobo.
Los puedes regalar a tus amistades
para que se repongan
de sus mustias parejas ya marchitas
de los hijos volcados en ausentes auroras
de la huida del tacto agradecido
del humo espeso del desconsuelo
y de la herida abierta
que alivia el tierno ungüento.
Gástalos cuando te sientas sola
vacía de la mujer que lucha
cuando la urgencia soliviante tu tersura
y el futuro ponga un nudo de amargura
al cansancio de las horas.
Cuando te crezcan escamas en los pechos
alas de zinc bajo los armarios,
cuentes que un sueño te ha quitado el sueño,
cuando el acento invariable
pronuncie con clara voz
«cuánto te quiero».
Úsalos en esas ocasiones
donde la vida parece detenerte
en alguna frontera
desdibujada e incierta.
Préstalos como quien presta
algo que ya no tiene vuelta.
Y, sobre todo, disfrútalos
cuando intangible y distante
no pueda sentirte cerca.