Alberto Escobar

Contra el cristal

 

He tratado de hacer
arqueología
de mí mismo.

No sé si lo he conseguido. 


—José Luis Sampedro. 

 

Las rosas son más rosas
esta mañana —el sol revienta
los cristales—.
Las nubes son legión
contra cualquier atisbo
de tristeza, el viento las empuja
mar adentro, hacia un océano 
de asfalto y miedo por partes iguales.
El cielo solo se concibe como 
una cinta transportadora, como un lienzo
donde ellas viajan de unos confines
a otros sin pagar peaje, cual fueran
pompas de jabón. 
Con la lentitud exasperante de quien
no tiene paciencia van pasando los minutos,
la mañana se torna eterna
y eso me gusta —el tiempo del que dispongo
para escribir se ensancha sin fin—.
La temperatura parece tibia,
el invierno duerme todavía
con la profundidad de quien no tiene prisa, 
de quien sabe que tarde o temprano
tendrá que rendir cuentas de escarcha
y témpano, y pasar factura de resfríos,
gripes y destemplanzas —en breve. 
El termómetro —contento por momentos—
se toma una ligera tregua antes de caer 
al abismo de los números y el mercurio. 
—la semana que viene se anuncia descenso—.
No estoy siendo capaz de mirar de frente
la luz que reflejan los cristales de los coches 
al pasar, tal que si la retina —ya fraguada
en mil batallas— claudicara de repente
ante tanta expectación y premura
—eso no me pasaba antes—.
El día se tercia para salir —ahora no puedo
porque estoy escribiendo— y las nubes siguen
en su misma formación marcial, batallante. 
No sé qué hacer —tengo trabajo dentro
de un rato—, si cortarme las venas
o dejármelas largas, no lo tengo claro. 
Esperaré a que el devenir hable...