Mientras la lluvia teje mil relatos,
yo gastaba mis besos en la alcoba;
en los brazos de una fiera loba,
indomable, insaciable y sin recatos.
Nuestras gotas saladas con las frías
del balcón lubricaban el inicio
de empapados corceles al servicio
de dos cuerpos uniendo sus placías.
Recuerdo con cautela lo relente,
lo alocado del yo por la candela,
por la fiera hechicera que, a la vela,
me quitaba las prendas…, lo decente.
Nuestras pieles mojadas a la par
se unían copulando como locos;
simplemente era amor, amor de pocos,
eran summun de lluvia, eran mar.