Impío letargo, que incita a la destrucción y el dolor.
Insesato asesino que clava la daga de la memoria,
y forzosamente lleva a desangrarme con mis ilusiones fallidas.
Me retuerzo de la agonía, la herida se desgarra más,
sollozo en busca de mejoría y suplico con creces el final.
En el umbral de mi deceso, justo en la comisura de mis labios secos,
se derraman mis fúnebres anhelos cómo si de mareas rojas se tratasen,
y en mi garganta yacen súplicas ahogadas que solo dan pena.
Un cuerpo vacío,
una alma basta que fue drenada y una conciencia atada al suplicio.
Gustoso escenario ante los ojos del maquiavélico mercenario.