En un teatro florido,
escenario donde brama
un río de mucha fama
recrecido por la nieve
suntuosa y prepotente
que el sol convirtió en torrente,
frente al juez de mi conciencia
y mi pobre poesía,
añoré a las niñas musas
que me dejaron un día.
Un pordiosero soneto,
sin emoción ni armonía,
emborroné en un cuaderno
mientras el agua reía
al recitarlo en voz alta
sin saber lo que leía.
El trinar de una avecilla
me hizo romper el soneto
y escribir una quinteta
que en mi memoria bullía:
\" Creyó mi oído angustiado
recordar tu tenue voz,
cuando en un parque sencillo,
sólo a mi con mi dolor,
me cantaba un pajarillo.\"...
... ¡ Dios mío, cuánto vacío,
venid musas, por favor.!