Escribir un poema
con los ojos cerrados,
y sentir en mi cuerpo
el candor de tus manos.
Aspirar la ternura
de tu rostro encantado
y sentir el suspiro
que me ofrecen tus labios.
Desear ese instante
como un acto sagrado,
donde duermen los dioses
en su eterno descanso.
Y aprender a ser niños
con los ojos muy claros,
para ver, de la vida,
a su cielo azulado.
Sonreír al amigo
y también al extraño,
para dar tu latido
en susurro velado.
Pasear por los bosques
bajo el roble y castaño,
contemplando a las hayas
con su aspecto embrujado.
Y soñar, como hombres
con los niños y ancianos,
que preceden y siguen
nuestra vida y sus pasos.
Escribir, todo esto,
y también admirarlo,
pues la vida es un verso
del poema en que estamos.
Rafael Sánchez Ortega ©
11/01/24