Nunca he creído en los fantasmas, no en esos que te atormentan durante la noche o te hacen pasar las peores horas durante las madrugadas. Mi fe siempre ha radicado en aquellos fantasmas de todos los que solíamos conocer y que hoy en día son una mera silueta sin un rostro definido, pero con miles de recuerdos en su interior. Les decimos fantasmas, pues ya no están, no recordamos su risa, el sonido de su voz, cómo se sentían sus manos con las nuestras o el porqué nos amaban.
Creo en esos fantasmas, en esos que se acurrucan contigo en las horas de penumbra donde no se puede conciliar el sueño, esos que a veces se aparecen entre las calles, esos que detectas en la espalda de otro, en el cabello de aquella o en los ojos de este, que tienen sus mismas expresiones, que se ríen igual, que se levantan de la silla con la misma elegancia o te observan como si te quisieran besar.
A los que te asustan y te atormentan, a los que han muerto y te hacen gritar de miedo; a esos no les tenía miedo, pues no los conocía, no conocía su historia, por lo que no les tenía temor alguno, mucho menos si es que un día decidían irse y ya no estaban, en cambio, a los que había abrazado y besado con pasión, a los que habían corrido a mis brazos, a los que solía decirles \"Te amo\" y suplicaba porque nunca se fueran, a esos tenía tanto miedo de que se convirtieran en lo que hoy en día son: simples recuerdos, fantasmas... o extraños.
Por ellos sí gritaba, por ellos sí lloraba, ellos me aterraban, no porque estuvieran, no, no, nunca podría ser capaz de cosa semejante, por el contrario, todos mis temores salían a flote cuando pensaba en no tenerlos, en algún día perderlos, como hoy lo he hecho, pues ahora dormía en una cama vacía, bajaba a la cocina y ya no estaban sus sonrisas, ya no había quien abrazase mi espalda cuando estaba aterrada, no estaba quien siempre me respaldaba al cruzar la calle.
Le tenía tanto miedo esos fantasmas que hasta aquellos que dedicaban tu infortunio de quedarse en la tierra aún después de la muerte, esos terminaron por consolarme en mi aterrador desconsuelo por aquellos que estaban más vivos que flor en primavera.
Esos que se convierten en fantasmas y que nunca quisimos que fueran extraños.