Derraman mi sangre para saber mi verdad, el códice de mis huesos escudriña en frías runas
Incapaces de contenerme, porque yo también he sido una tormenta para galopar la impiedad de este dolor, el tortuoso cinismo de este silencio
Someten mis fantasmas a la máquina de revelación, lo disgrega en valores, en colores, puros signos marcando el océano cuál profeta que divide y multiplica las aguas, de tal forma que el horror se cuela por los gestos grises de lo predecible: el castigo del vidente es acertar sus intuiciones.
Edredón de tiempo, que me acuna todavía, viejo polvo de tantas constelaciones que hoy solo son alergia y suciedad.
Puerta mal cerrada con la cerradura rota y la implícita llave extrae sus últimas imprecaciones
Confundida de pena y de pan cada vez más raído aquella voz que rompe el sueño - maldito azusador de mis bestias..
¿Serías tan compasiva como para rogarle que se marche? o ¿permanecerás sentada como un reflejo más? asintiendo al festín dónde soy un entremés para mi propia angustia