Ignacio Aguado Fernández

Traficante de silencios

 

 

 

 

El traficante de silencios

espera en el fondo de

una calle estrecha donde la

oscuridad ha hecho un nido.

Al pedirle una dosis de silencio

se fija en los decibelios turbios

que le cuelgan de las orejas

al cliente y sube el precio porque

sabe que es un náufrago

perdido en un mar de sables.

Hoy en día el silencio es

mercancía muy golosa,

una forma peculiar de riqueza.

Se extrae de rápidos parpadeos,

de nubes que bajan del cielo hasta

convertirse en niebla,

de huellas de pisadas leves,

de sombras sin dueño

que se dejan jirones en

las rocas a la intemperie o

de cristales de espejo que

están siempre mudos.

 

Silencio como oro insonoro,

bálsamo para los oídos,

paréntesis y refugio:

un sedante perfecto.