Descubrí a mis sentimientos
trepando por la pared de tus días.
Descubrí a mis pensamientos
rondando las escalas de tu vida.
¿Cómo empezar a decirte de mi admiración y cariño
si sólo en mis ideas escudriño?
¿Cómo empezar a hablarte de tu porte y bizarría
si sólo te he visto allá por la lejanía?
Tú, aura de vida y luz,
en las razones de mi poesía
te mezclas y te mimetizas.
Así, con fuerza y armonía,
así, con lealtad, donaire y gallardía.
En lo real, palpable y tangible
puedo advertir tus virtudes.
Hombre de fe y esperanza,
cauto y ético en cada paso de la vida.
De muladhara fuerte,
no sin tachas ni faltas,
lazo de pasado y presente,
réplica sagrada de tus ascendientes.
Te manifiestas así, libre y congruente.
Y así, entre los pactos de almas,
cada mañana, también él surgía,
lleno de sueños, intelectual, poderoso y recio,
de los muchos alumbrando la penumbra.
“Gigante de oro” que impregnó tu células y días,
impulsó sin medida tus alientos y talentos.
“Gigante”, que no opacó ni tu luz ni tu presencia
ni tus ojos ni tu enérgica apariencia.
Su voz y sus consejos aún son melodía
como el viento en las montañas,
como sonata de olas o
murmullo de hojas caídas.
En los saltos del tiempo, avisté tu aura
tu luz con resplandor azul que admiro.
Sensación de calma,
además estruendo que estalla el alma.
Eres centro que provee y protege
como el apoyo que acompaña, ama y quiere,
sol que ilumina y guía
igual que el pescador con extendidas redes.
Eres la piedra del cimiento e impulso,
tan respetable como imperfecto,
tan apacible receptor de afecto,
roble intacto para los que proteges.
Con matices y dinámicas de furia,
con muestras de naturales fallas.
Eres brillo por herencia
de servicio y obediencia,
Y te veo,
admirando a dos seres
en tu espejo está.
en tus acciones vive.
Fuiste aprendiz de todo,
eres maestro de propios pareceres.
Tan repetido en el árbol como auténtico
por tus leales saberes.