Alberto Escobar

Imaginando

 

Mi única patria,
mi imaginación. 

—Derek Walcott

 


No imagino,
no sé imaginar, 
no me imagino
un abrir los ojos
sin que la luz 
con su toctoc hiriendo
el cristal de la ventana
me interpele la entraña,
me saque de la pereza
de la cama y me expulse
a un sargazo incierto,
que me haga parte integrante 
de un mundo de cartulina y 
témpera —ese mundo que invento—,
que me erice el vello de la nariz
ante la premura de volar
sobre un mar de nubes, 
inexistir detrás de cual fuera
que fuese el impulso, dejar 
que algún viento del oeste
me acune en volandas hasta 
un confín desconocido, un horizonte
de sucesos, y me convenza 
de que lo mejor está por llegar, 
de que es preciso confiar en el reloj
que gobierna el surgimiento de una flor,
que dejarse mecer por las olas
no es una opción sino una necesidad,
que es preciso ser una bandera 
al son de una marejada, que cualquiera
que fuese la adversidad de una meteorología 
no será nunca obstáculo sino oportunidad. 
No imagino sino dibujo, contorneo flashes,
impresiones, percepciones que buscan
un sedimento, un limo, una arcilla fecunda,
una amalgama gris cenicienta
a tono con la malvasía de mis neuronas
hasta conformar una malla acogedora,
un nido confortable y cálido.
Simplemente —es muy fácil—
me limito a no estar mientras
la imaginación hace su trabajo,
no interferir entre la corriente
que su circulación va generando
y los pensamientos que en la mente
se van dando cita, aclararla de nubes 
a fin de que la luz entrante no encuentre
oscuridad, obstáculo, impedimento. 
En definitiva: que la Imaginación
abarrote, inunde, limpie de broza
y de impurezas todos los conductos
que cual ciudad de topos entretejen
el interior de mi universo, mi mundo,
y lo revierta puro, floreciente, sin mácula.