Tú, con aires de noble personaje,
me sometes a impávido escrutinio
con tu mirada de oro y piel de armiño.
Tú, que en tu pecho guardas el coraje
de tus ancestros todavía salvajes
y, sabiéndote vástago bastardo,
conservas la fiereza del leopardo;
condesciendes al gesto de mi mano
y correspondes a mi amor humano
con blando y esponjoso ronroneo.
En otro tiempo estás. Y yo no creo
que puedas comprender mi insomnio vano.