Al principio se me olvidó hasta tu nombre
por no atender tu horizonte,
y le enviaste telepatía a los gorriones
que me lo trinaron en código morse.
Entonces me vestí de sol de verano
en tu crudo invierno,
y viajé hasta los confines de tu alma
para regalarte calor de príncipe enamorado.
Y atravesé tu puerta sin puerta
cuando la derribaste para allanarme el camino,
y me pusiste una alfombra roja
que me llevara hasta el centro de tu destino.
Para así gozar del misterio de las manos
con suaves caricias y roces,
remojados por el agua de espumas y de baños
que traspasaron todos los umbrales
de nuestros vicios más inconfesables.
Hasta hoy..., que estamos muy contentos,
porque soñamos despiertos,
e imaginamos pensamientos a flor de sentimientos,
siendo cómplices que nos reflejamos
en la realeza adornada por mayúsculos espejos.
De facto, primero fuiste mi humilde cenicienta,
y luego princesa de una noche,
cuando perdiste tu zapato al sonar las doce
y corriendo de palacio huiste,
pero hoy ya eres mi reina por siempre,
mi amor eternamente.