Abrimos un poema
y nos encontramos dentro,
una mujer,
el amor,
el cariño,
la estima,
la consideración,
el deseo.
Son mujeres que no se doman y resisten,
que son carne, huesos, inteligencia, amor y deseos,
que son madres y hermanas e hijas,
que son amigas,
que son aluviones de fuego,
que te quieren,
que es lo que nosotros queremos,
ser con ellas un lazo que une a dos cuerpos.
Fuiste compañera
en los umbrales de las noches en que rugía el viento
y una hoguera allí en una caverna
al poniente de la nieve y de los hielos
donde se calentaban dos cuerpos,
que se sentían sujetos
al ritmo de la historia y de sus deseos.
Cuerpo que es astilla,
que se mece tal junco en un río
de aguas que estancadas esperan
el milagro del deseo,
allí donde voy a lavar mis recuerdos.
Sencillez que me llama,
te veo cerca y te quiero.
Ya siento la dulzura de tus labios
y el regocijo entre tus pechos,
que al alba despiertan los amores
que se estrujan entre silencios,
que el llanto es armonía
y llorando se purifican los sentimientos.
Fui en ti el rumor de la tierra
cuando se abre el surco
y sale de sus adentros
el tallo que sirve de enlace
con un cuerpo.
Fui el volar de un ave
que encontraba en tus adentros,
el refugio que se busca
para los instantes
en que en un nido de amor
deliberadamente construido para ello,
se cría y ama, con los ojos puestos
en la inmensidad del cielo.
Un mundo te ve surgir
amiga, mujer, compañera que te deseo
y un mundo te quiere por eso,
por ser pulpa de cerezo
por la que no pasa el tiempo.
Siempre tú lozana,
yo siempre por ti siento
aquello que sabemos,
que solo se encuentra
donde gozando es verdad que renacemos.
Todos los colores pintados en tu cuerpo
sin más impedimentos,
que el agua que cae
desde lo alto de un cerro,
para que tú te bañes
mientras yo te contemplo.