Sorprendido, no tanto, al convertirse mi voz en un anhelo de muerte
meditando sobre el placer de la desesperación terca sin sayo
del suspiro último antes del vacío, bendita suerte,
de la mano aferrada a la vida que como un rayo
se desprende del calor humano y torna a lo inerte.
Sorprendido, no tanto, al desear con pasión el vacío fuerte
que ante el final inexorable de la vida disfruta tanto
y yo comprendo, la aferro, y entrego mi canto
a la cálida almohada de la salvadora muerte
Sorprendido, no tanto, de envidiar su llanto,
y postrarme ante su finito dolor, ya no consciente,
pues yo no existo sin el calor del imborrable manto
que pleno en virtudes y pasión vehemente
hoy me arroja a la fría orilla ya curado de espanto.
Pero cómo acercarme a ti conmovido, pausadamente,
y recorrer cada uno de los rasgos de tu cara
si me entrego al verdugo rumor caliente
de la muerte fiel, protagonista sin tara.
Querría recorrer con mis dedos tus cabellos
besar tus blancos párpados de agua clara
aferrarme al amor de nuestros paseos bellos
y no olvidar tu hermosura en la noche rara
en que el fragor de la batalla no fuera un sello
que se abriese con café, besos y arras.
Sorprendido, no tanto, de envidiar un féretro,
él ni tan siquiera perdió su esencia,
quizás yazca inerte tu presencia
sabes que no existo con tu vacío dentro.