Una mañana como otra, calor sofocante,
La pesca, buscar la fruta, cazar una presa
Arco y flecha dispuestos, al hombro la red
Instintos concentrados, en oír, en ver, en sentir
Todo movimiento, toda vibración, alerta muy alerta
Se pasea el hombre, con única prenda el guayuco,
Silencioso, se sienta al pie del árbol sagrado,
se adorna la nariz, se pinta las morenas mejillas, el pecho,
Toca las cuentas de su collar, respira profundo…
Confiada la tribu espera, los alimentos para compartir
Se encomienda a sus ancestros, un cántico, una súplica
Entre dientes, un murmullo casi, y absorto espera
Que su magia surta efecto, y pueda llenar la red
En trance, mente en blanco, sucede lo inesperado
A lo lejos se divisa la barca, ondulante en el azul mar
Playas vírgenes, gimen ante lo desconocido,
Penetradas por una rudimentaria embarcación
verdor exuberante, -¿será el jardín del edén?-,
Desde lo alto, allá en el mástil, el marinero se pregunta
En tierra, ojos asombrados observan, respiración contenida
No existe palabra alguna en el aborigen lenguaje
Para describir, dar nombre al insólito hecho
El viento sopla, sonidos trae, olores llegan
Ininteligibles, desconocidos, un descubrimiento