Hace poco me mudé a un barrio nuevo; necesitaba un poco de paz luego de terminar con mi pareja y poder rehacer mi vida. Los días transcurrieron entre soledad y cajas de mudanza. Descansaba en mi cama, solo mirando el techo, como si este fuera a darme consuelo y respuestas a algo que no pudo ser.
Entre esas noches, y para no hundirme en tristeza, caminé por el barrio. Esos árboles frondosos, las casonas antiguas de aspecto lúgubre, la tranquilidad de un barrio casi silencioso; aquello se asemejaba más a un cementerio que a una ciudad.
Volviendo hacia mi nueva cárcel con patio incluido, ese limonero descuidado, me topé con ella . Esa mujer pálida como la luna, ojos negros casi como la misma noche; ella tenía un aire de frialdad y una belleza inmutable.
Me preguntó amablemente si había visto a su gato, a lo cual respondí: \"Disculpa, pero no lo he visto... ¿Qué aspecto tiene?\"
Dijo: \"Es un gato de color miel con una mancha blanca en su frente y ojos verdes. Tiene una pequeña placa roja en su cuello. Si lo llegas a ver, por favor, avísame. Estoy desesperada.\"
\"No hay problema. Si lo veo, te avisaré. ¿Vives por aquí cerca?\"
Apuntó \"Vivo en esa casona con rejas rojas. Si lo llegas a encontrar, por favor, avísame\", y se despidió. Pude ver su silueta desvanecerse entre la noche y las sombras.
Esa misma noche, preparé mi cena y al cenar, revisé el teléfono mirando las fotos una y otra vez, haciendo zoom a los detalles del rostro de mi ex mujer. Cada bocado me sabía amargo, y tragaba como si tuviera vidrio en mi garganta. Me levanté de la mesa y tiré el resto de la comida al tacho.
Otra noche más, mirando al techo, con el corazón hecho trizas y escuchando las manecillas del reloj en mi silencio condenatorio.
En la madrugada, pude oír ruidos en la ventana y vi la silueta de ese felino. Supuse que era el mismo gato que hacía horas me había descrito esa mujer. Me dirigí al patio descalzo, pero no lo encontré. Volví a mi cama para intentar dormir esas pocas horas antes de ir a trabajar.
Mis ojos se abren antes de que suene el despertador para poder arrancar mi rutina. Me ducho y pongo mi ropa casi en automático, agarro mis cosas del armario, cierro todo lo que pueda y me dispongo a caminar hacia la parada del colectivo rumbo a Microcentro.
Caminando, veo a mi alrededor esta villa con sus árboles frondosos, pocos vecinos en su mayoría adultos mayores regando sus plantas, y ninguno sonríe. Todos tienen en el rostro esa expresión de vacío, entregados a su óbito.
Mi vista se dirige a esa casona de rejas rojas, y ahí está ella con sus ojos fríos y su belleza sin igual. Mientras con sus tijeras corta esas ramas secas, me mira, pero no dice nada; es inmutable.
Se acerca mi colectivo, subo sin más, apoyando la tarjeta para mi boleto, y en ese pasillo, cerca de la salida, está esa mujer de ojos oscuros y gélidos, con su cabello atado con sus auriculares. Me quedo perplejo mirándola. ¿Cómo es posible que esté aquí si hace unos momentos estaba cortando sus ramas? Esa mujer solo me miraba, y podía sentir cómo sus ojos me penetraban el alma. Me quedé en el asiento detrás del conductor, y allí estaba ella, con el viento acariciándole el rostro y sus ojos clavados en mí. No miraba alrededor; era como si quisiera algo de mí, pero no decía nada.
Me dirijo hacia el subte. La gente alrededor corre en su vida de ciudad, todos en su propia rutina. Al subir, veo su reflejo, y quedo helado. ¿Será que ella me está siguiendo? ¿Por qué? Mi viaje hasta el trabajo me resultó una incógnita o quizás, al dormir tan poco, mi mente me está jugando una mala pasada… Cumplo mis horas laborales sin mayores cambios.
Camino por las calles de la ciudad iluminada. Veo parejas con rostros llenos de luz y felicidad, y me gustaría decir que siento felicidad al ver cómo el amor florece. Pero en mí solo hay esa cuota de dolor por no poder pasar la página y ver la vida sombría. Lo vacío que se siente mi vida sin ella.
Mi regreso a casa es como un alma en pena ,van mis pasos hacia mi purgatorio.
En el camino siento como un frio recorre mi espalda , escuché pasos , me apresuro.
Estoy en estado de alerta giró a mirar a mi alrededor pero no hay nada.
Mis oídos resonaban con el sonido de mi propia respiración, y mi corazón latía con fuerza en mi pecho, como si intentara liberarse de algo. Al llegar a mi hogar, me sentí por un momento aliviado , sin embargo esa maldita sensación permanente de ser observado no cesó . Cerré con llave la puerta y fui hacia la ducha .
Entre el ruido del agua golpeando el suelo y mi cabeza apoyada entre los azulejos cierro mis ojos y viene a mi cabeza la mirada de esa mujer , no podía quitarla de mi mente , siento escalofríos y me inquieta.
Me dispongo a descansar , no tengo hambre quiero dormir para no pensar más .
Cada campanada del reloj reverberaba en mi cráneo como un eco siniestro. El tiempo se estira y contrae, creando una distorsión temporal que exacerba mi ansiedad. Mi cabeza no se apaga, mis párpados pesan. Entre este suplicio escucho ruidos y vuelvo a ver esa silueta del felino pero esta vez es más grande .Escucho cómo siquiera entrar por mi ventana
sus afiladas uñas rasgan el vidrio . Me sentía confundido pero de todas formas salí a ver si era ese gato. Pero ya no estaba.
En mi tortuosa noche, cerré mis ojos y volví a la misma rutina.
Al despertar , me dispuse a caminar por la misma villa para tomar el colectivo y llegar a mi trabajo, pero ella no estaba en su patio , no entiendo por qué la busco , no cabe en mi razón de tener su mirada conmigo , si hasta hace unos días la conozco .
En el mismo colectivo y el mismo lugar cerca de la salida está ella , inmovil , quieta y con su mirada fría y me mira. Me siento ansioso , quiero acercarme a ella pero no puedo porque hay mucha gente.
Caminé unos pasos para alcanzarla pero para mi infortunio ella bajó.
Día tras día jugó con mi cordura , la siento cerca de mi pero no puedo tocarla , no cabe en mi razón si el primer día estuvo a metros de mi . Vigilo esa casona solo para verla y aunque no me diga nada, eso me hace tortuosamente feliz.
Las noches se han convertido en mi tortura. Llego a mi hogar desesperado. La iluminación no hace más que proyectar sombras grotescas en las paredes, dándole vida a mis peores recuerdos.
He llegado al punto de desear tener ese gato en mis manos, solo para dárselo y que entable conmigo palabras para tener su hipnótica voz conmigo. Ya no duermo. Me miro al espejo y este me demuestra un rostro demacrado, con ojeras profundas.
He perdido noción del tiempo. Ya no como, no duermo, salgo de mi hogar y quiero verla. Quiero hablarle y siempre su imagen se va de mi retina. ¿Por qué no puedo? Me lo cuestiono una y mil veces…
Cierto día, camino al trabajo, somnoliento, me siento muerto por dentro. Oigo esa voz dulce e hipnótica: \"¿A dónde vas tan apurado?\" Y mi alma renació. Le digo: \"Voy a mi trabajo…\" Ella solo sonríe siniestramente, agarra mi mano con sus suaves dedos helados. Me siento extasiado y confundido. \"Iremos a otro lugar hoy.\"
Me siento feliz y desorientado… Le pregunto, en mi profunda inocencia: \"¿Has recuperado a tu gato?\" Y ella dice: \"Sí, está en un buen lugar.\"
\"¿A dónde me llevas?\"
\"Es un lugar que te va a gustar y podremos descansar entre margaritas y claveles.\"
Suena tétrico, lo sé, pero estoy maravillado. Mis pasos resonaban en el camino de piedras, y el crujir de las hojas secas bajo mis pies crea una atmósfera única. El cielo está cubierto de gris plomo, como si el mismo día estuviera de luto. La brisa acaricia mi rostro como si fuera un susurro reconfortante.
En ese momento, siento a Natalia y su perfume embriagador, ese mismo que tenía puesto en su cumpleaños número 30. A Natalia la veo dirigirse todos los miércoles hacia esa villa para luego volver y tomar el subte para abordar la línea H y bajar en Las Heras, siempre el mismo recorrido. A diferencia de ella, yo me quedo aquí, entre margaritas y claveles, en este hermoso barrio de La Recoleta.