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Con Roció, mi amiga del jardín, le habíamos pedido al niño Dios que nos trajera una muñeca. Al despertar recogí debajo del árbol mi muñeca y sin abrirla del estuche, radiante de alegría fui hasta la casa de Roció a mostrársela. Al ver la muñeca en mis brazos me dijo, con lágrimas en sus ojos.
-Papa Noel, no paso por casa…
-Si ya lo sé, le dije, dejo tu muñeca en mi casa, aquí la tienes.
Las dos sonreímos.
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