Cuando tus manos de fresa
se enredan en las mías de madera,
paseando por la ribera angosta,
metamorfosis de gusano
que vuela, siento en mis huesos.
La tierra vertiendo su dulce agua
sobre la arena tranquila del cauce,
nos saciaba tu sed y la mía;
nos convertimos en peces de río,
navegando por un mundo de algas,
lleno de fantasía.
Los árboles de grama verde se vestían,
el campo bordado de margaritas
nos hacía pleitesía, bajo la risa
de tu sol, que aplaudía tu bondad sagrada
en aquella acequia musulmana, de muertes,
de historias de amores, escritas.
Los árboles complementando a su vestido de grama
una diadema de azucenas lucían en su frente,
el campo rojizo compone una melodía de nieve,
se convertía en el mantel de nuestra mesa,
de colores variados, esplendorosos.
Nosotros con la candidez que nos caracteriza,
besábamos a los árboles con el pecho lleno de aliento,
y ellos nos corresponden con el saludo del viento.