Las alas blancas de enero
ya rozaban las montañas
y dejaban en sus riscos
una lona inmaculada.
A la orilla de la fuente
me paraba y escuchaba,
el murmullo de las aves
con el dúo de las aguas.
Y miraba hacia lo alto,
a las sienes plateadas
de las cimas y colinas
con la nieve dulce y clara.
Era invierno, todavía,
no cantaban la calandrias,
ni los mirlos y jilgueros
se veían por la campa.
Y así enero iba pasando
con la aldea resguardada
de ventiscas y aguaceros
y de lluvias y nevadas.
Yo volvía del paseo,
la pequeña caminata,
que mis pasos emprendían.
cada día en la mañana.
Y venía a la casona,
la casita de mi alma,
donde estaba la familia
aguardando mi llegada.
Y en la puerta de la misma,
de mis labios escapaban
unos besos a la cara
de otras sienes más cercanas.
Tierna madre, te recuerdo,
temblorosa y delicada,
esperándome nerviosa
a comerme tu fabada.
El cocido del invierno
en la fuente bien colmada,
y las risas y las bromas
que dejaban las palabras.
Hoy recuerdo aquellas días,
del invierno con sus alas,
y los ojos se me nublan
y se mojan las pestañas.
Rafael Sánchez Ortega ©
19/01/24,