Llovía sobre mi alma astrónoma
como tantas otras veces que había salido a buscarte,
deseándote hallar entre la vida planetaria
cubierta y protegida bajo sus estrellas
mientras mojado yo me preguntaba
si existirías al no encontrarte.
Luego dormitaba impaciente...
junto a mi ventana
con las venas repletas de agua helada,
y así te esperaba tapado con el manto de la nada
observando la geografía celeste
por si vendrías alguna noche a calentarme.
Hasta que un séquito
de siete lunas y siete besos
fueron el augurio de tu llegada,
que con un resplandor me alcanzaste
y las miradas sugerentes de nuestros luceros
nos invitaron a amarnos seguidamente.
Se acoplaron nuestros sentidos
y todos los astros notaron un sudor frío,
al ver como dejó de existir el infinito
por el estallido impactante
del sublime instante
en el que detonaron nuestros instintos.
Y luego más tarde,
al escribir la última línea de este poema
te pregunté en la inmensidad:
¿Nos veremos la próxima noche?