Un bicho de mi estirpe debe fundirse con la mugre
sin que eso jamás lo aburra, y ser libre hasta la tumba
de tomar sus propias decisiones aunque sea ya tan sólo por costumbre
y que lo honren por persona de las que no abundan
en este mundo obsoleto en que defeco y que se hunde
testarudo en cada uno de tus gestos lúgubres
al negarme su influencia bajo esta rúbrica de un cielo
que indiscriminadamente nos desprecia.
Y así fingimos que alguien nos quiere y seguimos
con nuestros sentidos alerta según conviene a quienes vienen de fuera,
vigilando la puerta entreabierta allí al viento
que barre las eras del descontento de algunos seres muy tercos
que consigo envenenan las reses, feligreses del vértigo
convertidos a estampa de dioses antergos,
sutil amenaza que inmuniza a los ebrios
de su estulticia y sandeces sin mérito
imbuidos por reglas que teje el imperio del miedo
en el medio de la vida y del sueño...
Miro el hilo sin final de una trama que argumentar
y qué me impide respirar cuando yo mismo soy el animal
que no cuadra en sociedad, y sufre de necesidad
de cariño y de algo más cuando era un niño sin disfraz
que se aislaba en su mundo inmaterial, en su rincón lejos del caos
que anegaba las ventanas con plegarias ya usadas
por otros tiempo atrás, confundido entre su estancia
consumida en desvariar pero no para que ahora llegue la nostalgia
a de sus ojos desbordar ya tanta magia
como cabe aquí en un alma que es del todo inmaterial
y aparte está la gracia que por lo demás pueda causar.