Al quebrarse el fino cristal
espumoso de las olas, se nubló
todo instante sobre el mar
de forma no acostumbrada:
Las estrellas formaron tibias alfombras
con las que enlazar el firmamento, desvelándose
así, en las noches.
Surgieron nuevas caricias, que los vientos aún
desconocían: Hacia el sur, las que el sol
procuró mientras se devoraba; hacia el norte,
las creadas por la Luna al seguir inclinándose
sobre su costumbre. El resto de objetos celestes,
obedeció a sus propias voluntades, temerosos del
Universo y su cólera.
Afortunadamente, el mecanismo de cada órbita
y de toda distancia, no dejaron de ser atendidos
y cumplir con su misión:
Mantener el equilibrio que a todo y a todos sostiene.