Te observo mientras duermes, dulce y serena, me siento tentado a recorrer tu piel suave y tersa, acariciar tu cabello negro y brillante, pero desisto.
En contra de lo imaginable, te acurrucas conmigo en un abrazo, sin abrir los ojos, esos que son como dos luceros; al sentir tu cuerpo junto al mío mi corazón late sin control, mi piel se eriza y las manos me tiemblan tomando valor para con una caricia suave recorrer tus firmes y melodiosas piernas, aún incrédulo siento tu afecto, y correspondes con lo que tanto he deseado, con un beso.
Ahí, abrazados, besándote y acariciando tu silueta un torrente de deseo, lujuria y excitación me invade. Abres los ojos y tu mirada me envuelve, tus labios me llaman, tus manos navegan mi cuerpo, y este se estremece.
Mi cuerpo se deja llevar por tu melodía y mi mente se nubla. Tu respiración se acelera, por fin nuestras miradas se entrelazan, sin palabras yo sé que intentas decirme, haciendo que sienta un hormigueo de deseo, el cual recorre todo mi ser de cabeza a pies. Cierro los ojos y me pierdo en el placer de tus besos, en el placer de tu perfecto cuerpo.
Inundando de ti viajo entre nubes y estrellas, hasta llegar a un jardín de ensueño. Observo tu rostro, tus ojos con lujuria y deseo, mirándome, mientras escucho tus susurros que aceleran cada vez más mi corazón. Con intención de perderme en lo más profundo de ti, tomo tus caderas firmemente, y con movimientos rítmicos me entrego hasta temblar de placer. Mi cuerpo se rinde a ti, en un acto de lujuria y poder.
Intento entender si ha sido un sueño, o es la suerte de haber sido bendecido por el néctar de tus besos, atrapado entre el ritmo de tus muslos y alimentado por tus benditos pechos.