Y me siento ante ti, frágil,
Y mi alma se resquebraja ante tus vaivenes,
¡Que inmensidad se propaga ante mis ojos,
Y en que pequeñez se recorta mi cuerpo!
Al cual su sombra apenas recubre tres granos de tu arena,
Y mis manos apenas entibian tus aguas tempestuosas.
Si quisieras de un solo golpe a mi alma comerte,
Y borrar en un segundo aquel punto de tu anchura,
Como la ballena que salta y arrebata, ex abrupto,
De las olas la sal, y de su agua el reposo.
Mar, me susurras al oído,
Junto con tu lento céfiro salado,
Me seduces, delirante, a oscurecer en tu vientre,
Y las olas llaman al quebrar, una a una, en el acantilado.
Ya quisiera yo abrazar tu inmensidad,
A guardar ese aliento que me arrebatas a tu atisbo,
A guardar el sentimiento del eco que dejas dentro,
Del corazón pequeño que como concha,
Hace memoria de tu pecho que ruge por su huida.