Y llueve sobre la inerte acera,
escurridiza y brillante, sin luz;
mientras, pasa ligera, ella.
Se precipita contra la sombra,
el agua cae sobre su figura
acentúa el brillo de su melena.
Pisadas humedecidas, blandas,
penetran en la nocturna luz
irisada por el vendaval, sibilante.
Unas gotas se escurren desde
su frente a su convulso pecho,
hacia el abismo, al pavimento.
En sus rubios cabellos reflejan
irisaciones de color que el neón
de rótulos provocan y persiguen,
con los que ella juega y salta
atormentando mi armonía,
con su penetrante contorno.
Más, apenas avanza, ni mueve;
las luces de los automóviles me
ciegan ante la gasolinera, alguien
frena con estruendo, ni me inmuto.
El aroma a Super 95 me confunde;
su reflejo en la marejadilla lagunar,
me vuelvo, solo la Discoteca Flaying.
Sola, se aleja, sus pasos lentos, cerca;
algo me retiene, un aroma a sándalo,
el calor de una mano, suave.
Una caricia, apenas un susurro,
un reflejo en mi retina, unos pasos
perdidos en la noche, el aire frio.
¡Mis labios secos, los recuerdos vacíos!