En aquel patio de mi niñez
la luz no se iba nunca,
yo lo recuerdo desde siempre
con el blancor de la cal
en los ojos de los gatos,
negro su pelaje de remate.
Creo ver por allí
entre ráfagas intermitentes,
las tortas de girasol
muertas ya de miedo
esperando ser golpeadas salvajemente,
la flor del azafrán acariciada
con amores de buenas madres,
recuerdos los tiestos con sus flores,
la gramola resoplando
cantes hondos
de esos que matan el hambre,
y los agujeros en los tapiales
con sus secretos dentro
entre sabores a nieves y calores.
Un patio este en mi niñez,
muy esclavo de su suerte,
siempre esperando pisares
y risas y llantos y gritos y soledades.
Para cuando se cerró la casa
miré al tiempo por una grieta
que en la pared mostraba aquel enclave
y me vi en medio de tanta tristeza,
todo ya a su suerte,
algo parecido a un terremoto urgente,
que me marché del lugar
mirando hacia atrás
no fuera el caso
que de aquel patio saliera todo
lo que corrió en sus buenos días
y me preguntara
por qué lo abandoné
sin darle explicaciones.