Te asomaste al agua clara
de la pila de una fuente
esperando ver tu cara,
con sonrisa incandescente,
a la luz de la mañana
sobre su piel transparente.
Y el agua te acogió en vilo
y tu reflejo devuelve,
decorándolo con brillos
y haciéndolo refulgente,
quedando sólo el sonido
del silencio en el ambiente.
Cuán hermoso es tu reflejo
descansando mansamente
haciendo del agua espejo
y enamorando a los peces
que miraban desconciertos
desde el fondo de esa fuente.
Y mírate tú la pena,
que un pececillo imprudente,
no respetando la escena,
con curiosidad latente,
acudió en veloz carrera
para besarte en la frente.
El cristal de tu reflejo
se quebró rápidamente,
justo en el mismo momento
que su boca hizo de duende
y al tocarte con su beso
te esfumaste para siempre.