Dos columnas de blanco pedernal
sustentan el umbral de la caverna
que acoge la guarida del tesoro
que nítido me ciega.
La grieta que da acceso al yacimiento
refleja, despojada de maleza,
el cáliz obsesivo,
esencia del delirio y la tormenta,
que angustia de mi espíritu
el ánimo que sufre con su ausencia.
Impreso en mi retina,
del valle que se forma en sus caderas,
se encuentra la oquedad
que esconde el santo grial de mis quimeras.
La gruta de mi triste paranoia,
el pozo que es aljibe albar del néctar
que brinda a la locura
la copa del placer en la opulencia.
¡Qué túnel más oscuro
el del antro que ingresa hasta su cueva!
¡Qué sima tan profunda y cuánto anhelo
de poder penetrarla sin cautelas!