El tiempo se detuvo la madrugada que te fuiste. Estabas al lado mío, pero ya no respirabas, tu cuerpo seguía caliente y tus ojos cerrados. No respondías al llamado y mí corazón se desvanecía cuando la realidad a la cual me preparaba, me atormentaba. La muerte llegó sin avisarme, sin darme la oportunidad de una despedida digna, o tal vez lo preferiste así, para que no sufriera, para que te dejará ir sin antes rogar que te quedaras. He intentado prepararme para perderte mucho antes de lo que pensabas, pero por más que quería, nunca encontré las agallas. He querido imaginarme la vida sin tu presencia, la compañía dulce de tu nariz posada en mí brazo. Pero jamás me salió un mundo ajeno a tus ojos, atravesando mí alma. El enojo persiste cuando te recuerdo e intento ignorar la fecha número dieciocho, que declara otro mes lejos de ti. No tienes idea cuánto te hecho de menos, la falta que me haces cuando se me derrumba la vida y me quedo sin aliento. Salen postales y te escucho nombrar, y todo por dentro se me inunda de tanto llorar. Oh, mí cielo grande, ahora eres un ángel cuidándome desde el más allá. Prometo por lo que más amo que eres tú, que nunca te voy a olvidar.