Su mirada era pícara y mi sonrisa alegre.
Una llovizna fría nos mojaba. El cielo, compasivo,
nos cubrió con un manto de amor.
El sol, que hacía rato había muerto, revivió.
Con gentileza nos calentó el lecho con rayos de fervor.
Nuestros galanteos eran fruto de una inusitada y
ferviente pasión. Abrazos, besos…Cada caricia se esforzaba
por ser la mejor. Nunca hubo ganadoras ni perdedoras.
La ternura reinaba y, siempre, el placer nos embriagaba
por igual, cuando nuestras almas se encontraban en un
nuevo atardecer…
Amelia Suárez Oquendo
22-01-2024