¿Quién diría de aquellos días faustos
que la joven ingenua, al desafecto,
altar del abandono erigiría
con su feroz desprecio?
¿Quién?, si eran sus promesas
el credo de un apóstol. Si, en mi lecho,
el candoroso cérvido inocente
predicaba al amor entre sus besos.
Tras la cólera vino el desengaño
y el augurio que hospeda, de su espectro,
la amarga desazón,
convertido quedó en el desaliento.
¿Queda esperanza? Apenas.
Quizá si el sol le ofrece mi recuerdo,
si el astro brillador del alba nueva
le evoca algún instante placentero
grabado con el fuego más ardiente
en lo hondo de su pecho.
En su claro fulgor mora el delirio.
Quizás allí, tal vez, tenga consuelo.