No, no es que prefiera estar
triste.
Es que he aprendido a
amar
también mis días más
grises.
A ver la vida en todos sus
matices
y aceptarme con marcas y
cicatrices.
No me obliguen a sonrisas
dibujar.
Jamás he sido buena para
engañar.
Me estoy dando espacio para
sanar.
Aprendo a amarme y a los otros
aceptar.
Confiando que no me quieran
dañar.
Déjenme seguir en mi cuarto y viendo lindo el techo de mi
habitación.
El cielo a veces ni nubes tiene y sigue siendo digno de
admiración.
Que nadie pretenda entorpecer mi silencio.
Es lo que necesito en este preciso momento.
Me basta solo con mi aburrida
compañía.
La soledad y yo ya somos buenas
amigas.
Me animaré a salir un buen
día
y sonreiré como siempre lo
hacía .
A verle el lado amable a todas las
cosas.
A quizás oler las rosas y perseguir
mariposas.
A despeinarme, hacerme un poco
la loca.
A no sentirme culpable, a exponer mis cicatrices.
Resultado de omitir todas las
directrices.
Acá nunca dejamos de ser
aprendices.
La vida es mucho más tragedia que comedia.
Y a veces nos quedamos siempre a medias.
Y aún así hay que ser constantes y
seguir.
Aunque nadie está seguro de lo que ha de venir.
Entonces déjenme estar a puerta
cerrada.
Ya vendrá el gran día que deba de
salir.
Y entonces no tendré deseos de
huir.
Porque ya estaré más que
sanada.
Dejaré entonces de empapar mi
almohada.
Y ya no contarle a la luna mis
penas.
Será más que sangre lo que corra
por mis venas.
Seré versión blanco, negro, porque en mí hay luz y oscuridad.
Es difícil aceptar que también en mi hay maldad.
Que puedo ser muy buena o no
tanto.
Pasar de una simple risa a un
llanto.
Que no siempre se está bien
y no hay porque ocultarlo.
Porque ésa también yo
soy
y aún si no recibo lo que
doy.
La esperanza de que eso cambie
oculta la llevo en mi
corazón.