El sol amable del invierno
me arropa entre sus brazos
como la madre cobija,
en su bruñido regazo,
al niño que gime molesto
esperando las caricias
que le traigan su descanso.
El cierzo inevitable del invierno
me airea con su soplo expiatorio
como la madre contenta
santigua a su dormido retoño.
Los días y las noches del invierno
impregnan su alegría y su tristeza
en mi corazón extraviado
con la seducción extravagante
de los enamorados
atados al yugo de sus amantes.