Al caer la tarde, él observó con cautela la presencia de una desconocida en el mercado, que se acercó rápidamente, bañada en un aura que la protegía de la multitud.
Al acercarse, se quedó helado ante su presencia, que le hizo temblar.
Ella le miró con sus ojos brillantes, engastados con bandas de oro como diamantes.
Parecía hechizado.
Se sintió como una presa acechada por un halcón; trató de esquivarla y, de repente, sus miradas se cruzaron. Ella le preguntó:
¿Puedo comprar tus rosas? Mientras le sonreía, seguía mirándole como una cazadora, intimidando.
Un recuerdo compartido pareció surgir de la nada, sin ritmo ni razón, en un tiempo y un lugar desconocido, bastante absurdo, donde los árboles crecían dorados y el suelo parecía congelado como el diamante puro.
De algún modo ella le resultaba familiar, como la mujer que siempre aparecía en sus sueños; ahora estaba frente a ella.
Pensó que podría haber sido un amor que desapareció en el tiempo y regresó entre los muertos, con la misma sonrisa que nunca pudo olvidar.
No podía escapar de su mirada. Sus ojos parecían clavarse en los de él, dejándole sin aliento.
Estaba completamente aturdido, incapaz de pronunciar una sola palabra; sin pensar y sin encontrar respuesta a nada, decidió regalarle tres rosas.
Mirándole atentamente como una serpiente, ella las aceptó con una inesperada sonrisa que parecía evocar a la Mona Lisa.
Cuando le tocó sus manos, sintió una explosión de luz; todo se nubló y perdió el conocimiento.
Después, cuando abrió los ojos, se encontró en un lugar distinto y ella estaba de nuevo a su lado, durmiendo plácidamente.
Como si se hubiera despertado de una pesadilla en el pasado, eliminando todas las preguntas que solo tenían una respuesta.
Comprendió de inmediato que ella había viajado en el tiempo para encontrarle, ya que tenían asuntos pendientes que no querían dejar sin resolver.