Yo era aquel marinero,
el de gracia y fortuna,
quien le cantaba alegre
a su amante, la luna.
Yo era aquel que le daba
las perlas más brillantes,
y las conchas de nácar
con plata y diamantes.
Para verla preciosa,
para ver siempre en ella,
al compás de los mares,
lo mejor de su estrella.
Yo era aquel despistado,
el que amaba a la luna,
el marinero errante,
el sin patria ni cuna.