Vuelve hacia mí tus bellos ojos negros
aquellos que un gran día me miraron,
una simple tarde y sin buscarlos
atravesaron mis absurdos miedos,
tus saetas destruyeron ese hielo
de mi infantil e ingenua sencillez
enseñándome de una sola vez
otro mundo maravilloso y nuevo,
en el que yo podía contemplarte
graciosa, frágil, delicada y dulce.
Soñé lejana la idea de amarte
ensalzando tus núbiles virtudes,
me propuse entonces encontrarte
un lindo paraíso entre las nubes.
Ábreme los ventanales de tu alma,
esas preciosas y valiosas gemas
que van iluminando cual centellas
las tinieblas que en el cielo estallan,
obscuridad que mi alma desencaja
aniquilando el juicio y la cautela,
derriban antiguas ciudadelas
y derrumban altísimas murallas
de mi afligido reino plañidero
pletórico de sueños añorados,
de un sonoro palpitar sincero,
de tímidos besos no encontrados,
búsqueda incesante del sendero
que lleva hacia tus amorosos brazos.
Hoy déjame perderme en tu mirada
y abandonar la vida en un instante
para mirar la eternidad triunfante
encubierta en las hondas llamaradas
de tu cálida hoguera insospechada,
solo permíteme observar distante
esos preciosos luceros reinantes
en el sonrojo de tu limpia cara,
ábreme el paraíso de tus ojos,
dirígelos con amable indulgencia,
brindándome tu luz tan solo un poco,
lánzame raudamente a la demencia
que nutren la cordura de este loco
maravillado en tu sutil presencia.