Ela.

Eva01

Caíamos los dos, me pregunto - uno sobre los otros- definitivamente exhaustos. Bajábamos el colchón sucio por el caracol vacío durante dos semanas. El tiempo fue siempre muy corto y las discusiones constantes.

- Eres apabullante Eva - desde el día 01 no podías dejar de hablar y yo solo deseaba besarte. Mi tos se fue agravando con los meses, siempre seca, siempre dura, tu nariz soporto demasiado esas tardes, entre mis libros que mudaban polvo y la ventana abierta del departamento que ya no podía pagar. 

Recuerdo la primera película que vimos juntos ¿estabas asustada? Siempre fue extraño verte reaccionar a situaciones que nunca había vivido contigo - El lado oscuro del corazón - disfrutaba de tus ojos despiertos frente a la pantalla y tus manos envueltas en cinta de embalar. Váyanse, les dije esa tarde a mis amigos que por primera vez veías y nos encerramos en ese cuartito abarrotado de muebles y ropa antes de mi último día en el trabajo. 

Hablábamos por las noches, creo que procurabas mantenerte despierta y escribir las palabras correctas - aún no he pensado que quiero de ti- Tu condescendencia me engatusó al punto de querer hacerte mi novia. Subimos caja por caja a nuestra primera cueva, te encargaste de barrer, hacer la cama y agrupar mis libros como creías conveniente. Sin darme cuenta dejé que ganaras terreno en la mía vida. 

Recuerdo lo primero que exigiste, ir más allá del camino casa-tienda-casa y nos encontramos en la plaza de armas, yo no traía dinero y tú te veías tan feliz, tomamos un té piteado, besé tus pequeñitos labios con temor que sepas mi aliento a whisky. Y caminamos juntos de la mano por esas calles en las que sabía me verían contigo, pero no me importaba. Te dejé y fui al segundo piso del bar en donde están los cuadros de ese mal amigo al que aprecio tanto.

Mi garganta ansiosa buscaba y una fuente fresca se posó frente a mí. Después perdí la cuenta de los duraznos que he sorbido luego de perderte en la calle de tu madre. Nunca pensé qué hacías mientras yo leía, no hacías notar tu ausencia. Pero aquella mañana llegué sin cresta, fue la primera vez que tocaste mis pies - Geisha sumisa- me limpiaste, alimentaste y dormimos abrazados hasta que tu padre llamó. Esa noche, cuando subiste al bus, apareció el primer síntoma. Entre películas y lecturas, bebíamos vino, ron y comíamos atún, mañanas que se hacían tarde y pronto noche, días largos y de poco esfuerzo para la costumbre.

Luego de un mes te conocí nueva mueca en el rostro. Te molestaba verme llevar los cigarros al rostro y ese fue el segundo hábito que exigiste cambiar... y yo dejaba de hacerlo frente a ti - ¿Siempre has sido tan astuta?  O ávida de cuestión maniática - Te sentabas triste en la puerta de la catedral a armar el vacío, después de una mañana mía en la que llegaba tambaleante. Sinceramente, nunca quise verte así y me bañaba a las 8 am para aparentar dinamismo, sin embargo, todo intento de hacerte pensar que había dormido en la cueva era vano. Olías la mentira y adivinabas mis claves del celular. Una mañana mientras lamía tus senos propusiste - Puedes estar con otra, con quien desees, pero no hagas que lo sepa - Mordí tus pezones imaginándote en una cama gigante cubierta de rosas y lancé un NO desesperado. La tercera prohibición viene con el tercer síntoma y la difícil promesa de alejarme del alcohol.

Tú habías hecho mi rutina, me buscabas al salir de la universidad, a veces te veía dando vueltas sin haberme citado. Y así cruzamos la segunda puerta de nuestra relación, hacíamos el amor todas las horas que podíamos, yo confiaba en ti y cada vez que olía tu sexo olvidaba que era posible estar con alguien más. 

Me acompañabas todos los viernes a andar con los buitres que decían ser amigos y que por tu carisma convertías rápidamente en los tuyos. Tu cabello negro crecía y brillaba en cada noche y después de tantas películas y vinos empezaste a mostrarme tus escritos. Los primeros eran malísimos, tenían un insufrible aura Milenial y berridos caprichosos que nunca acababa de entender, pero cada palabra escrita en tu texto era motivo de brindis en la celebración. 

Hablábamos mucho en nuestras noches de embriaguez y en aquella fiesta insoportable a la que fui obligado al traje y corbata nos jalamos más de 3 gramos, temblábamos como pichón sin nido y no se me ocurría otra cosa que meterte más para levantarte. No fue el primer amanecer juntos, más sí el único que recuerdo con lucidez.

Eva el problema es que siempre has tenido lo que quieres. Y viéndome reacio para tus propósitos te trazabas planes para lograrme, avanzabas lento y seguro, dispuesta a recibir balazos de mi parte y el rechazo de tu familia. Pero pronto acabaría la época de la paciencia y se transformaría en escenas de desesperación.

Íbamos por los diez meses y ya me habías amenazado algunas veces con no volverme a ver. Esa tarde vi a la muchacha que orgullosamente dices despreciar - Solo fueron minutos Eva- me entregó los ocho años de relación que tuvimos y me dejó allí, yo te llamé insistentemente pero ya no estabas. En la madrugada tocaste mi puerta totalmente ebria y me encontraste en un instante de viernes repasando mis textos, cuando fui a prepararte un café, estallaste, me empujaste contra la puerta y el vidrio estalló en arrocillo. Me clavaste las uñas una y otra vez mientras repetías frases hirientes. Cuando el Sol empezó a salir te largué y quien sabe a donde habrás ido esa mañana. Nos dejamos de ver catorce días enteros, yo doblegué mis esfuerzos por cumplir lo que me pedías y fueron los días más briagos que pasé, me acuchillaron y una amiga me contagió algo muy doloroso. El día quince no pude soportarlo más y te busqué. Hicimos el amor desde ese entonces siempre como la tarde siguiente después de habernos conocido. No pasó mucho para que tus perversiones se fueran mostrando, o quizá y ahora que lo pienso podría haber sido una de tus tantas tácticas. Me ofreciste tu cuerpo entero en bandeja de plata y prometiste todos los manjares del sexo, cuando estabas encima me pedías que te abofeteara el rostro y pasabas largos minutos arrodillada besándome. Me mantuve todo el tiempo erotizado, no pensaba mucho más que llegar a casa y explorarte, entonces a cada llamado tuyo yo respondía y nos entregábamos el uno al otro hasta que tus padres llegaban y yo debía huir.  A veces, por las noches hambriento, solía visitar a otras, amanecía en sus camas y me levantaba disgustado por no poder dormir más y porque tú me esperabas con el desayuno en la puerta de la cueva nueva. Llegaba cansado, luego de haber pagado mi comida y alcohol con seco y te veía fresca con muchas bolsas siempre en tu bicicleta roja -Estuve con Julio, Eva. Me vino a buscar muy temprano y fuimos a fumar un poco de yerba. Veía mi cama y te abrazaba obligándote a dormir mis horas cansadas. No pasó mucho para que desesperaras en esa práctica ociosa. Te movías de un lado al otro, inquieta descubriste el espionaje, todo el tiempo que dormía era suficiente para que tú descubrieras algo, una bufanda o prenda íntima que no era tuya y tampoco mía. Enloquecías, me lanzabas libros y todo empezó a anunciar la llegada del cuarto síntoma...