Una ciudad es
según andes por ella.
Una ciudad, un fractal,
un cuerpo lleno
de cuerpos,
una vida llena
de vida.
Una ciudad, un sentimiento,
una sangre llena
de muchas sangres,
un cielo contaminado
por cielos adversos,
un propósito, un camino.
Una ciudad es tanta
como maneras de transitarla,
de sentirla, de vivirla, de trabajarla.
Somos almas dentro
de su alma, cielos dentro
de su cielo, intenciones
nutriéndose de sus intenciones.
Me fascina cuando duerme,
cuando los semáforos buyen
sobre un asfalto falto de cariño,
cuando pasa sola el silencio
de la noche, sin decir nada,
callada, para no despertar
a sus hijos que ahora duermen,
cuando las panaderías
rompen a abrir como una flor
naciendo a la mañana, cuando
los niños todavía sueñan
que se quedan en la cama,
que no hay colegio que les levante.
Hay tantas ciudades
como gentes las vive, las padece.
Hay tanto amor que crece
entre sus praderas que no hay manera
de llegar a entender sus entresijos,
y sus hijos serán los que pasen el testigo
a sus hijos de la magia que la ciudad encierra.
Me encanta cuando, a través de una ventana,
se adivina el calor de un hogar
por el tono cálido de sus lámparas,
cómo el rojizo del techo inventa
una chimenea, una familia,
un antídoto contra tanto frío, tanta ausencia.