Le quité a los vientos nuestras distantes voces de joven
y te las traje de regreso en un pañuelo de sueños.
No las alcanzaste a oír por la lejanía del tiempo
y las retuve para siempre entre recuerdos sin orden.
Le arrebaté a las brasas los calores del viejo hogar
para disipar la nieve que cubre nuestro camino.
Se me quemaron las manos, heridas de calor frío,
por no hallar otra lumbre que te pudiera calentar.
Transformé los pedregales en prados llenos de flores
y te los quise ofrendar en una inmortal primavera.
Se agostaron esas flores en ramos de eterna espera
porque tu ausencia marchita hasta el tiempo de los amores.
Atravesé los desiertos que una vez atravesara
y los senderos abruptos que anidan en las montañas.
Todo para alcanzar los lindes de tu corazón y alma
pero éstos se cerraron como se cierra mi esperanza.
Le dediqué plegarias a todos los dioses del cielo
en busca de aquella luz que te pudiera iluminar.
Pero el cielo es un concepto tan íntimo y personal
que mis plegarias se fueron al mundo de los deseos.
Se me agotaron las fuerzas en estas luchas perdidas
por no entender que el amar no siempre te devuelve amores,
que sólo el sentimiento nacido de dos corazones
Alcanza la plenitud y todo se convierte en vida.