No cojo nada de la poesía
que no sea lo que yo le doy.
De normal todos los días
le entrego mi presencia.
Yo me lustro de poemas,
me embadurno de tal manera
que todo en mi a veces brilla
a calderilla de esa que se lleva
en el fondo de una cartera.
Los poemas de amor
junto al corazón juegan
a ver cuál de ellos
enamora mi presencia;
los poemas de dolor
son una apuesta
nunca por mucho sufrimiento
que se tenga
se llega a saber dónde se encuentra
esa amarga frontera
entre el dolor y la muerte,
ella con su presencia
haciendo más áspera
la melodía que suena
cuando alguien marcha y se llora
por su no presencia;
los poemas que se escriben
con los pies
cuelgan de un cabezal
junto a unas riendas
que pongo a un corcel
que mastica hierba;
buenos son los poemas
que llevan en su interior
tinta fresca
que se cargan con la sonrisa
de una belleza,
y son del color de la tierra
los poemas
con que se cultiva la naturaleza,
un poema con que pensar:
¡uno!
y espera el día, espera,
a que se aparten las cortinas
y allí uno aparezca
cargado de poemas,
cómo si fuera el aguador
de otras épocas
repartiendo a los sedientos
un poco de agua fresca.